Estoy viviendo una vida plena, eso creo; he viajo, me equivocado, he acertado en cosas que no tienen importancia. Confieso que en algunas ocasiones he mordido más de lo que podía masticar. Y también debo confesar que he sido humillado por profesores de literatura con la explicación que mis escritos son muy melancólicos y escuálidos llenos de rincones triviales de libros del siglo XVIII. Me despierto a las tres de la mañana pensando en mi pequeño pasado y sobre las hipótesis sobre mi futuro / mientras invoco en mi teléfono el quinteto de clarinete de Mozart. Y así se van las horas mientras que amanece y de repente mis ojos reciben la bella imagen del rostro de mí hija pidiéndome desayuno. De inmediato se levanta mi esposa / esa mujer que siempre se ha negado a que yo tenga fáciles éxitos salvándome de momentos absurdos. Por ráfagas de inteligencias he rechazo a oficios suicidas, pero no quiere decir que no he sido estafado por personas con un vocablo muy refinado. He visto egos de personas que pienso que se van a explotar. Me he quitado personas en mi camino llenas de rencores, complejos y de una intelectualidad que el borracho de mi barrio puede superar. Tengo miedo de tener una pura lucidez que me separe de una fe. Sé que no soy nadie mediante de este exilio, pero vivo y seguiré viviendo trepando hasta que la muerte me llame con su voz firme diciéndome que he fracasado.
No soy el mismo
