Málaga: una ecuación perfecta de geometría.
Desde muy pequeño he tenido una confusión con España, en relación al abolengo y origen de mi idioma y cultura. Esto es debido, fundamentalmente, a toda la herencia que nos une en esa historia maravillosa de la conquista que algunos analfabetos radicales quieren distorsionar y disolver. Dicho esto, puedo decir que, así como soy venezolano, soy español también. Pero, ¿quién será este loco que está diciendo esto? Se van a preguntar, seguramente, las pocas almas que leerán este texto. El escritor Giovanni Papini escribió en los años cuarenta: «América está hecha de los desperdicios de Europa». Si el idioma castellano, la música, la comida, los libros y Cervantes; son desperdicios, debo confesar que soy amo de los desperdicios de España. La primera vez que salí de Venezuela —esa Venezuela, como dice Papini: hecha de desperdicios de Europa— viajé hacia Holanda. El mes que dure en ese país, el organismo se me descontroló totalmente; todo mi cuerpo cambió, y sentía que yo no era el mismo. De vuelta a Venezuela, en mi itinerario de vuelo, era obligatorio que tenía que hacer una parada en Madrid por más de ocho horas, eso quería decir que podía conocer la cuidad por algunas horas. En el momento de aterrizar en Madrid, mi organismo volvió a su normalidad, sentí que estaba llegando a mi casa.
En semanas recientes -después de un vuelo complicado por las características de como trabajan algunas aeromozas de «Raynair» llegué a Málaga; esa Málaga donde habitan tan solo 570 mil personas, esa Málaga que estila leyenda por todas partes, la Málaga de Picasso, esa Málaga que es una aventura imposible de no cometer, Esa Málaga que es una ecuación perfecta de geometría. De inmediato, sentí el calor particular del paraíso de la costa del sol, y súbitamente, volví a sentir como mi organismo se acomodó nuevamente como si estuviera en mi casa, es decir, en Venezuela. A posteriori, y en medio de los rituales iniciales que se dan cuando vemos a un gran amigo que tenemos años sin verlo; y con este texto quiero darle las gracias por este capitulo que estoy escribiendo que viene siendo parte la novela de mi vida. Empecé a sentir aquel idioma que me cuesta escuchar en mi ciudad de residencia, Londres. ¡Joder! Fue lo primero que escuché en el tren que me llevó del aeropuerto a la ciudad, y sin saber si el hombre que dijo aquella popular expresión era de «El Bulto», o quizás de otras zonas cercanas. Como si Málaga estuviera recién creada al bajarme del tren, me mostró su arquitectura preciosa y la vida nocturna tan movida, que me dije en silencio; dejaré caer mi cuerpo en una cama, pasadas las cuatro de la madrugada. Y así fue.
Las montañas, el mar y una temperatura de treinta y dos grados, era el ambiente perfecto para broncearse y tomar güisqui, luego de una noche de bares, donde mi amigo Jesús Pedrá me demostró su gran dominio sobre la ciudad, su gran popularidad, pero sobre todo, su gran «generosidad». Provengo de un barrio plebeyo llamado “el Toro” de Las Delicias en la ciudad de Maracay, Venezuela. Pero caminando por las calles de Málaga, estaba convencido de que mis antepasados provenían de España o de Venezuela que, para mí, era lo mismo. Quiero decir, España y Venezuela somos países de grandes comedores de serpientes, sensuales, vehementes, aptos para enloquecer de amor con una guitarra y una mujer cantando un buen flamenco. Me repetía en mi mente en cada lugar nuevo que conocía de Málaga: ¡Ojalá los muchachos de la embajada estuvieran aquí! Estoy seguro de que ellos podrían sentir lo mismo que yo estaba sintiendo, en ese momento. Hoy en el 2022, puedo decir que tengo dos patrias; Málaga y Venezuela.