Cuento de Rafael Victorino Muñoz
Una curiosa coincidencia quiso que el jefe de Patología Forense, Dr. Bermúdez, asistiera a la inauguración de una exposición de esculturas. El referido profesional en realidad no estaba interesado en las formas del arte sino en las formas de una estudiante de Derecho a quien había conocido y que le había extendido la invitación, asegurándole que se trataba de un artista de reconocida calidad, debido a su extremo realismo. Y que además el tema estaba relacionado con su profesión: el escultor exploraba el inquietante asunto de las deformaciones que sufre el cuerpo humano a partir de un accidente o después de la muerte.
En verdad la exposición resultó tan tenebrosamente atractiva que por un rato el Dr. Bermúdez concedió más atención a las macabras piezas que a la linda acompañante. Hasta que se detuvo frente a la escultura de un hombre que había fallecido en un accidente de tránsito. Las facciones, las marcas en el rostro, el biotipo, todo le recordaba un caso que había tenido hacía tiempo.
Bermúdez fue a hacer una llamada y dejó a su acompañante, quien parecía estar embelesada con el excéntrico y delgado artista. Le confirmaron lo que se temía: esas peculiares características se correspondían con el cuerpo que había desaparecido en septiembre del 96. De inmediato y valiéndose de su posición, ordenó la clausura de la sala y una acuciosa investigación, ante la estupefacción de todo el público y, en especial, de la chica, quien pensaba que se trataba de una venganza ante el desaire.
Noel Valbuena, escultor, fue condenado sólo a 9 meses de presidio, puesto que la legislación de nuestro país no es muy clara con respecto a la posesión ilegal de cuerpos y partes humanas. Algunos piensan que se trató de mucha benevolencia por parte del juez, quien al parecer se mostró interesado en el trabajo del artista. En sus declaraciones, el magistrado aseguró que lo que se castigaba no era «tan macabra forma de arte sino un robo muy grave y una falta de respeto a los difuntos». Otros piensan que hubo tráfico de influencias: el escultor es hijo de quien fuera por muchos años Rector de la Universidad Nacional y de una reconocida antropóloga y lingüista, investigadora de las etnias indígenas venezolanas.
Noel había estudiado en la escuela de arte Armando Reverón, de donde fue expulsado por presentar en la exposición de fin de año un cuadro pintado con excremento. Él había afirmado que los materiales eran chimó y algunos solventes. Pero el olor era indudable. En esa ocasión también hubo juicios algo vagos: no censuraban el material sino la mentira.
Después de eso comenzó a interesarse por la anatomía humana. La amistad con un vigilante de la morgue le franqueó la entrada al recinto donde se depositan los restos olvidados y al archivo de los mismos; así sabía cuáles llevarse. El error fue que estando presionados, en vísperas de una exposición, no esperaron —Noel y su cómplice— mucho tiempo para adueñarse de algunos cuerpos que sí resultaron tener dolientes.
Además de los materiales (sal de natrón, cierta clase particular de polímero y algunas resinas, que utilizaba para tratar los cuerpos y partes), en el estudio del artista llegaron a recolectar más de 40 piezas: cabezas, troncos, extremidades, algunos de los cuales no llegaban a concordar ni entre ellos ni con los que daban por desaparecidos, razón por la cual se pensaba que tenía complicidad con morgues de otras partes, aunque Noel no soltó prenda.
En cuanto a los cuerpos o piezas de la exposición, algunos fueron restituidos a sus familiares, quienes no supieron si enterrarlos o conservarlos como valiosas piezas de arte.